Hay gente osada que afirma que cuando ven a un gallego en una escalera, no saben si sube o si baja.
Reflexionando sobre ello, yo me pregunto ¿Y que coño le importa a nadie si sube o baja? A qué viene tanta curiosidad. ¿No les llega con saber adónde se dirigen ellos? Y si realmente tienen alguna duda y les embarga la ansiedad curiosa, por qué no se lo preguntan.
Cuando yo era joven y estudié gramática gallega —ahora no lo sé, porque con tanta norma con la que censuran las lenguas, puede haber ocurrido cualquier cosa—, en el gallego hablado no se usaba la afirmación taxativa: SÍ.
Si le preguntabas ¿bajas?, para afirmarlo se respondía con la primera persona de presente del mismo verbo: bajo, o como mucho, sí bajo. Quizá por esa razón, a los que desconocen nuestra lengua, les extrañe si nunca respondemos: SÍ. Quizá ese carácter retraído del que habla el tópico, sea un producto de su historia, los males a los gallegos siempre les han llegado desde más allá de Piedrafita; leyes, impuestos, orden, pobreza, además de desprecios y chanzas por sus creencias ancestrales.
Todo se resume en el dicho de aquella vieja sabia: Cuando a un gallego le ofrecen agua para beber, o lo han jodido o lo quieren joder.