Una de las características más destacados de la llamada “Civilización Occidental” es la manipulación que se ejerce desde casi todos los poderes para conseguir que sus ciudadanos sean un rebaño de imbéciles. No creo que sea necesario que apunte aquí datos que certifiquen lo que comento más arriba, basta con echar un vistazo al Congreso de Diputados y comprobar quienes son los representantes que ha elegido el pueblo soberano en todo el abanico ideológico.
Y comento esto porque cada día veo que amparándose en la tan cacareada “libertad de expresión” cualquier gilipollas puede afirmar sin ruborizarse la primera imbecilidad que le venga a la boca. Pero lo que es aún más llamativo es que esas imbecilidades siempre son críticas a terceras personas y, JAMAS, es una autocrítica. Cada vez que, por ejemplo, Forbes publica la nómina de las personas más ricas del mundo, de un país o, simplemente, de nuestra aldea, se desata una fiebre de “libertad de expresión” para prejuzgar, calumniar, injuriar a los ricos, pero curiosamente ninguno de esos librepensadores se autocritica anunciando al mundo: “Yo soy un envidioso.”
Este preámbulo viene a cuento de unos individuos a los que veo cada día, todos los días, frente a una pequeña clínica de la que, se dice, facilitan el acceso a intervenciones quirúrgicas abortivas legales, haciendo uso de la tan cacareada “libertad de expresión” se manifiestan con una pancarta que reza, nunca mejor dicho: “Rezamos por el fin del aborto”. Y yo, que soy un ingenuo, vuelvo a pensar de estos señores si no sería más saludable un mensaje más autocrítico y en lugar de ver la brizna en el ojo ajeno, cambiaran el texto de su pancarta y pusieran, por ejemplo: «Queremos follar más».