Varela07

Cuentan los libros que antiguamente viajar era un enorme placer, reservado exclusivamente para una minoría; el viaje era tan importante, o más, que el destino. Actualmente ya no viajamos, simplemente nos transportamos. Salimos de casa con la intención de llegar, cuanto antes, al destino.
Mañana yo me transporto a San Sebastián, en mi mente tengo grabados el número de kilómetros, los horarios y todo el recorrido, pueblos y ciudades que sólo son referentes para saber que voy por el buen camino, pero que no los visitaré, sólo me detendré unos minutos para repostar, estirar las piernas y tomarme un café.

Aquí en Corme, recalan cada día varios pataches, pequeños veleros que fondean al abrigo de la ría para pasar la noche y al amanecer levan anclas y zarpan para continuar su singladura. Vienen de las frías tierras del norte de Europa y se dirigen hacia las cálidas aguas del sur, Sin embargo observo que algunos pocos no tienen prisa, saltan a tierra, recorren nuestras calles, nuestros bares, nuestros comercios y charlan con las gentes; a veces alargan su estancia varios días; sus niños juegan en la playa o en el pequeño parque infantil mezclándose si problemas con los niños del pueblo.

Imagino que estos navegantes son de los pocos que aún saben gozar de los placeres del viaje, no tiene prisa por llegar, no se trasportan.

Saben vivir el momento y el lugar. Sinceramente, los miro y siento admiración por ellos, surge en mí ese sentimiento al que llamamos “sana envidia”.