Ayer me hicieron una entrevista para publicarla en la hoja parroquial. Miguel, que es medio sacristán, es el encargado por el cura para buscar a los personajes de los que quieren publicar algo interesante de su vida. Vino a hacerme la entrevista doña Txaro, la catequista de mis nietos, una mujer culta, educada y sumamente conservadora. La entrevista comenzó interesándose en cómo matamos el tiempo los jubilados, en nuestras aficiones y, cómo no, en nuestras creencias religiosas que, se supone, o al menos suponía la doña Txaro, que a esta edad debemos hacernos muchas preguntas sobre nuestro futuro próximo: la muerte.

Yo en la muerte, sinceramente, pienso poco, no es la muerte un tema que me apasione, sin embargo, le confesé, me apasiona imaginar historias. Comencé narrándole que cuando subo a un autobús ensordezco mis oídos con tapones de cera para no oír lo que cuenta la gente, es mejor imaginarlo. También le relaté que cuando me jubilé me compre una cámara fotográfica, que me acompaña colgada del cuello como una extremidad más y que cada día capto varias escenas para luego fantasear con ella.

Y me atreví, yo que nunca muestro a nadie mis fotos, a enseñarle la que acabada de captar. Es una escena cotidiana en la playa, en primer plano un anciano paseando vestido, al fondo una mujer en bañador y entre ambos una bandera roja de señal de peligro. Tras ver la foto doña Txaro se puso a imaginar en voz alta lo que le sugería esa imagen, oírla me magnetizó, fue como verme en un espejo, me di cuenta que debo dedicarme a otra cosa, porque para imaginación la de doña Txaro. A su lado yo soy un pardillo.