Esta mañana paseaba por la orilla del arenal de la aldea. Como soy un antiguo, fumo. Y me gusta fumar cuando paseo mis soledades. Y hoy, mientras mojaba mis pies en la orilla del mar —mi médico me lo ha aconsejado, ya que es bueno para la circulación sanguínea— he cometido la imprudencia de tirar la ceniza del cigarrillo al suelo.

Un elegante caballero me ha llamado la atención. Las colillas siempre las guardo en la cajetilla de cigarrillos para, al retornar a casa, echarlas a la basura; pero la ceniza siempre la tiro al suelo, dicen los ecologistas que es materia orgánica y un buen compostaje.

Como siempre que alguien me recrimina, me he disculpado con humildad, he apagado el cigarrillo y he seguido mi camino.

No me había alejado más de unos diez metros, cuando he oído un extraño rugido, me he vuelto para ver de dónde procedía y he visto que era el elegante caballero que se sonaba ruidoso los mocos arrojándolos al suelo.

Te confieso que he tenido la tentación de recriminar su asqueroso proceder, pero como soy muy pudoroso …